¿Colombia convertida en una sociedad fallida?

Por: Jorge Fernando Perdomo

Pareciera que nadie se salva de la podredumbre y la corrupción en que políticos del más alto nivel, dirigentes de provincia o aun aquellos que están empezando a hacer sus carreras políticas, empresarios poderosos, medianos y pequeños, contratistas del estado, y por supuesto funcionarios públicos de todo rango, se encuentran inmersos en el grandísimo estanque de estiércol de nuestra sociedad.

Sanear significaría extirpar sin contemplaciones ese tumor canceroso que nos carcome, pero cuando miramos a la justicia y encontramos que hasta sus más altos jerarcas han estado inmersos en los mayores escándalos de corrupción como el cartel de la toga y la complacencia o venalidad han sido su proceder, crece la desazón.

Por fortuna todavía hay en la política, en la sociedad, en el empresariado, en la justicia personas decentes que trabajan día a día por hacer las cosas bien.

Las revelaciones de la “revista Semana” en circulación, dan cuenta, con detalles del entramado de corrupción protagonizado por Odebrecht, que repartió 80 mil millones de pesos para hacerse a contratos con obras del estado, comprometiendo las campañas presidenciales de Juan Manuel Santos y Oscar Iván Zuluaga y sumado a la conducta delictiva del mayor grupo empresarial del sector privado colombiano, el grupo Aval, produce asco y decepción. En esa decepción se enmarca la labor de la justicia colombiana poque si no hubiera sido por la justicia americana, todo habría pasado de agache.

Según la información de la revista Semana, en el acuerdo de los americanos con Corficolombiana el presidente Santos identificado como el “colombian official 3” fue actor protagónico en los acuerdos corruptos para recibir dineros en contraprestación de contratos de obra pública y eso sacude nuevamente los cimientos de la institucionalidad. Con Ernesto Samper quien recibió financiación del cartel de Cali, en su defensa frente a la contundencia de las pruebas optó por no seguir negando el hecho, sino argumentar que «todo fue a sus espaldas» y no pasó nada. Ahora con Santos quien está negando los hechos, cuando se develen las pruebas que la justicia americana tiene en su poder, seguramente repetirá «me acabo de enterar» y tampoco pasará nada.

Ese es el desconcertante mensaje que se entiende de la reacción de varios dirigentes, en aras de preservar la institucionalidad. Pareciera que prefieren seguir tapando para no poner en riesgo un estatus que preserva sus privilegios.

El expresidente Cesar Gaviria dijo en algún reportaje que a los colombianos “nos interesa la verdad, pero esto no nos puede llevar a destruir las instituciones democráticas y después llegar a un pedazo de verdad”. Es decir hagámonos pasito.

El expresidente del Congreso hoy embajador ante el Reino Unido Roy Barreras, decía que “la democracia se sostiene en sus pilares institucionales. Quienes aprovechan desgraciadas coyunturas para promover el caos y la destrucción institucional no piensan en Colombia”.

Cual es el grado de corrupción que estamos dispuestos a aceptar, cual es el grado de verdad admisible para que Colombia no siga sumida en la podredumbre donde la ética pública se degrada permanentemente enviando un mensaje a las nuevas generaciones de colombianos, que ser corrupto no tiene castigo.

Está demostrado que la corrupción no es patrimonio de la derecha, el centro o la izquierda.
Es de una sociedad fallida producto de la herencia maldita del narcotrafico que trastocó valores, corrió líneas éticas, implementó la política del todo vale?